Villa San Martín: 85 años de mística

ANIVERSARIO. Decir Villa San Martín es para casi todos, decir básquet. Porque es la disciplina que más lo identificó a lo largo de su rica historia que hoy festeja 85 años. Pero el Tricolor es mucho más que la naranja, no solo por las disciplinas que allí se practicaron. Villa es intercolegiales con ambas –porque en ésa época había dos, la de cemento y la histórica de madera- tribunas colmadas al máximo; Villa es bochas, cuyas canchas se situaban al lado de la casita donde vivían el inolvidable Pichín Sánchez –abuelo del Demonio y Pablo, padre de Pótolo- y su esposa, costurera eximia esta ultima que vistió con sus reconocidos pantaloncitos “tipo tenis” a quien sabe cuántas generaciones de jugadores no solo del club. Villa es el inmenso tatami de judo, que se situaba perpendicular a la cancha actual y que ocupaba todo un “tinglado” gracias a su estructura de aserrín sobre la cual se extendía la lona. Villa es las artes marciales, el gimnasio, el padel –cuando llego a él aun se decía/escribía paddle-, es la cantina; es el squash. Pero sobretodo, Villa es mística, habida cuenta de lo que maman quienes se forman allí. Como su última joya, Lautaro López hoy en Europa; pero antes también los Siri; los Corbalán –una dinastía que abrió Peny y continuaron luego Jorge Pablo y Javier para dar paso después a Juan Pablo y Gonzalo (este hoy en Estados Unidos); los Toledo; los Pláceres; los Sánchez;  los Varisco, los Muller, los Escalada o Rojitas. Tantos, tantos nombres que es imposible nombrarlos a todos, porque también está, sin dudas su máxima figura: Carlos Lutringer, selección –y también capitán- argentina tantas veces. Villa son los títulos gloriosos algunos -como aquél del 2010 ganado tras 14 años de sequía y con un marco increíble- u opacos como el ultimo Oficial “compartido” en el 2015 con su clásico rival tras no jugar la final por razones aun no explicadas. Villa, si Villa, el primero en tener los tableros de cristal, con aquéllos partidos al medio que producían un sonido tan particular cuando la naranja los besaba o pegaba en el aro. Villa son los clásicos “corralitos” situados en las cuatro esquinas, al costado de las jirafas; o las mesas extendidas a lo largo del espacio detrás del aro de la Saavedra. Villa es Cosecha jugando allí muchos de sus mejores partidos; Villa es Chaco ascendiendo allí nuevamente a la zona campeonato. Y Villa es, ante todo, una cantera inagotable que abonaron nombres como el del inolvidable Eduardo Tatá Flores. Villa es, obvio, Mini y también femenino; en el primero con un grupo de trabajo de décadas que dejó bien en claro con la cantidad –y calidad- de jugadores “creados” cuál es su valor. Y ellas, siendo arietes y estandartes del basquet femenino ganándolo todo además. Villa, hoy en pleno auge –tanto en lo deportivo (¿hay que recordar que terminó como el de mejor récord la inconclusa temporada 2019/20 de la Liga Argentina?) como en lo institucional (donde la renovación del parqué y su nueva cantina son las novedades)-, es también su dirigencia desde el actual Ricardo Siri –rodeado de un muy buen grupo- hasta su primer presidente, Remigio Borque pasando por el papá mismo de Ricardo, Eduardo Siri. Ah! Y siempre, siempre, desde hace 30 años, un tal Raúl Bonnet, capaz de “recitarte” cualquier reglamento hasta de decirte este jugador es de aquí o allá además de gestionar, siempre, la solución necesaria. Todo, todo eso y mucho más es Villa San Martín, la familia Tricolor que hoy conmemora con regocijo sus primeros 85 fructíferos años de vida. ¡Salud, por siempre campeones!


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